lunes, 30 de septiembre de 2024

Tu mano en el espigón

La última vez que agarraste mi mano estábamos abandonando el espigón. Cuando pasó la rata blanca, estábamos caminando, en medio de nuestra última discusión, que más que una pelea fue un ejercicio de honestidad brutal (quizás aquello que en el mundo angloparlante se conoce como un heart-to-heart). Apretaste mis dedos con fuerza cuando la vimos deslizarse.

Ese gesto tan inocente, tan tierno, tan tuyo, me recordó a las cientos de veces que caminamos juntos por la calle. La aparición de algún animal de aquellos que te asustan (pensándolo bien, quizás es más un tema de asco que de miedo), hacía que los dedos de mi mano derecha se vieran temporalmente atrapados y que me hicieras salir repentinamente de cualquier hilo de ideas que tuviera en la cabeza (o a lo mejor solo estuviese pensando en ti).

Un apretón similar, pero quizá sin el factor sorpresa, se llevaba tu mano izquierda cuando, paseando en alguna de nuestras primeras citas, yo me enfrascaba en algún punto y te lo comunicaba con una vehemencia casi violenta. Te mofabas con dulzura de la manera en que tiraba de tu brazo cuando te explicaba historias con tanta pasión. Mi mano, en esos momentos, terminaba guiando a tu brazo hacia donde las ideas quisieran llegar.

Con el tiempo, sin embargo, aprendí a ceder en las cosas pequeñas. En esas cuestiones aparentemente sin importancia que se han de decidir cuando encuentras una persona con la cual caminar de la mano. Yo solía poner la mía detrás, casi marcando las marchas como si se tratara de manipular una palanca de cambios. Pensé que sería difícil ceder en esas minúsculas expresiones del ego, pero terminé por celebrar pequeñas victorias; como ubicar mi mano por delante de la tuya porque así lo preferías o quedarme dormido con la ventana en las noches más frías.

Más allá de los recuerdos y de lo mucho que disfrutaba caminar agarrado conectado a ti; nunca imaginé que aquella noche en el espigón, motivada por el pasar de un inocente (pero desagradable) roedor, sería la última vez que las formas de tu mano encajaran perfectamente en las formas de la mía.

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