En algunas circunstancias, la vida se reduce a un espejo de doble faz en el que alguien actúa dejando ver algunos de los detalles de su realidad, mientras la otra persona se sienta detrás del vidrio que los separa. Este segundo individuo observa, lee despacio las situaciones, elige lo que más le gusta y a partir de lo que ve, se aproxima a la primera persona, o aguanta con desesperación una aproximación.
Se siente bastante extraño dejar de estar del lado del espejo en el que se espera con tranquilidad y se enmarca lo que se quiere mostrar. Es una situación novedosa, en la que el ego que algún día me alimentó, eventualmente se convertirá en el ego de alguien más, eventualmente será repartido, pues me siento capaz de admirar las cualidades de esta nueva persona a través del espejo que nos separa.
Entiendo por primera vez lo que es ver a alguien más como prodigioso, encontrar en aquella persona cualidades que no poseo. O quizás sí las poseo, aunque solo para aquellos que me miran desde el lado opuesto de algún otro espejo. Hoy entiendo a aquellos observadores por primera vez y de todo corazón, pido perdón, pues sé que me he equivocado más de una vez.
No más excusas baratas, ya conozco el otro lado.
Es una lástima que no quedo en igualdad de condiciones, pues el vidrio que nos separa a ella y a mí, no es un espejo de tiempo real, es más una transmisión en diferido desde un lugar lejano, con la que difícilmente podré sincronizarme algún día.
Tan simple, tan elegantemente informal, tan talentosa; tan imposible...
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