Presientes su presencia, la conoces bien. Algún amigo te confirma que ahí está y te mueres un poco por dentro. La ves, se miran a los ojos y ese momento dura para siempre y como siempre, está con él.
Mírame los segundos que me tengas que ver para darte cuenta que ya no somos los mismos. Me matas, me asusto y me voy. Cálculo y pienso que ya no estás ahí. Vuelvo. Te encuentro en el mismo sitio, todavía con él. Mis ojos no reflejan nada pero por dentro se está muriendo lo mejor de mí. Siempre te escribo a ti, pero nunca te he despertado la inspiración.
Nunca has creído en nada, pero pides a todos los dioses que no la encuentres jamás, o sabes que la matarás, y ni ella ni tú quieren eso. La miras de nuevo, sabiendo que ya se acerca el nueve, sin saber si te quedan los suficientes cojones para hablarle ese día. Se miran de nuevo, esta vez como diciéndose que los dos no caben en el mismo pueblo. Sabes que alguien se tiene que ir; eres tú.
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