A todos los quise mucho, en especial cuando no jugaba con ellos, porque la cabeza, más que el corazón funciona así. Todos somos niños inmaduros en el fondo, todos somos pruebas vivientes de la teoría del juguete.
A los 3 quise igual, y a veces los quise al mismo tiempo. Cuando uno está, es en los otros en los que pienso y cuando no está ninguno, mi egoísmo me obliga a buscar entrar de nuevo, porque no me basta hacer parte solo de mi vida, me gusta estar en la de ellos. Y a menudo me pregunto, en noches de lamentos y nostalgias ¿Qué carajo es el amor? Sé que siempre los he querido pero nunca he sabido si quiera por dónde empezar a responderme.
A menudo pregunto cómo irán sus vidas, hay veces que envío mensajes, hay veces que me lo pregunto a mí mismo. Muchas veces he quedado esperando una respuesta, pero un poco de indiferencia es apenas predecible después de ser el máximo exponente de la teoría del juguete.
Con el tiempo han venido otros juguetes, algunos me distraen más que otros, pero me aburro como cualquier niño de sus virtudes. Y me pierdo como sólo yo me sé perder. Sólo esos tres juguetes perduran, sólo esos tres han sobrevivido en los recuerdos de este niño cruel.
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