Seguramente vives en una casa de Catalunya, con ventanas pequeñas y un perchero bajito donde cuelgas ese sombrero que tiene rosas pegadas con cola industrial. Hay días que me pregunto qué hace alguien como tú viajando a Madrid, ¿qué se te ha perdido en Madrid? Pero no lo sé, y seguramente tampoco lo sabes tú.
Si me hubiera tocado en el asiento de al lado, te hubiera compartido mi sándwich, tú responderías con una sonrisa y le darías un mordisco con la boca medio abierta. Yo te haría reír, como siempre que me pongo nervioso y entre risa y risa nos hubiéramos conocido muy bien.
Quizás serías un amor de una tarde en los ferrocarriles, desembocando en un beso al final de tu trayecto. O quizás serías el amor de mi vida, y tendríamos dos hijos y tres nietos, y una casa de ventanas pequeñas y percheros bajitos, pero nunca lo sabremos porque el destino nos puso cerca, pero no lo suficiente.
Quizás eras el camino a la felicidad, pero me conformo con mirarte a un par de metros, mientras quizás tú te preguntas lo mismo sobre aquel cretino de barba y sombrero (parecido al tuyo) al que la compañía de trenes le dejó el asiento que tenía que ser mío.
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