La primera que me habló fue Elsa: de sus
propias experiencias y también de
las del Joe. Me habló Marcelo y sus letras cortas
me rasgaron las fibras de manera criminal. Me habló Natalia aunque me diera grima y me recordó que todo lo que bien comienza es susceptible de
acabar.
Una grima similar sentí cuando dejé que me hablara y me instruyera Amalia, con aquello de que uno siempre cambia al
amor de su vida. Luego me habló el señor Vásquez, con historias sobre
amantes, desengaños y sobre cómo quizá el amor es dejar a alguien morir en una bañera para evitarle más dolor. Por el momento me está hablando Sylvia. Me gusta mucho
lo que dice (o lo que dijo antes de meter la cabeza en un horno encendido), pero tanto con ella, como con los otros dos, me ha costado concentrarme lo suficiente para seguir dejando que me hablen con fluidez.
Ya me había hablado Huxley alguna vez, para advertirme sobre la importancia de vivir constantemente con
ATENCIÓN. Pero a ratos se hace doloroso (casi perjudicial) escuchar mi propia voz siguiendo palabra a palabra las ideas de la página que tengo enfrente. Casi casi tan difícil como dejar que me hable mi subconsciente. Entonces dejo que me hablen extraños en internet con sus memes, con sus vídeos, con sus agendas políticas más y menos sutilmente disimuladas.
También papá me habló. Dijo que siempre seré bienvenido en casa.
En estos casos ya se sabe, igual, que los momentos bonitos nos los dan esas personas cercanas que más queremos que nos hablen. Conmueve saber que están ahí.
Me hablaron mis amigos del barrio, los que conozco hace mucho tiempo y que me conocen mejor que nadie. Aquel amigo que era mi polo opuesto cuando teníamos 17 supo tener conversaciones de esas reservadas para los momentos más excepcionales. Me habló del dolor que carga como una cruz, me recordó lo mucho que valgo y me regaló una de las tardes más bonitas del verano (y quizás de todos los veranos) viendo un partido de fútbol con una cerveza negra en la mano (lo cual, si me conoces, sabes que es mucho decir).
También en las charlas de barrio estuvo… pongamos que se llama Natalia. Natalia me habló con siceridad, me contó de su nueva pasión, la salsa. Me llevó a bailarla y tuvo paciencia ante mi torpeza. Analizamos (y sobreanalizamos) juntos todas las situaciones por las que estoy pasando. Sus palabras siempre me mantienen atado a la realidad. A fin de cuentas
we always need someone to call us out on our bullshit. 500 veces la necesité y 500 veces estuvo. Gracias Natalia.
Me hablaron también los amigos que me dejó Bogotá. Unos anunciaron que volvían a mi vida; grata sorpresa, presenciaron quizás mis momentos más frágiles. Los demás, esos que siempre están ahí para hablar, no fallaron a la cita. Ojalá que siempre lo estén.
Esa ciudad también permitió que me hablaran más voces en un festival musical. Santiago Motorizado, con
tantas cosas buenas; los cadillacs, que me hicieron añorar los tiempos en los que
carnaval toda la vida y una noche junto a vos no sonaba como una utopía lejana. También estuvo La Vela, con la que siempre puedo contar para recordarme que por mucho que llueva, va a
escampar.
En el festival no estuvo Silvio, pero no para de hablarme. Me viene estremeciendo con las
mujeres desde siempre, desde niño, desde que mamá me lo regaló. Lástima que ya no quiera hablar conmigo.
Pasan los días y me siguen hablando en otras lenguas. En catalán me habla
Guillem Gispert,
socunbohemio y me hablan los amigos de las artes sobre lugares lejanos como Copenhague o
Reikiavik. En italiano me habla Baustelle que va contra todos pero con compasión, que al final somos todos iguales:
perros en el desierto. En el idioma del trabajo, para variar, son los Mountain Goats y Jake Bugg quienes capturan mi atención por esta época. Algunas personas cambiamos muy poco.
A través de la pantalla o el proyector últimamente me habla Woody Allen. Supongo que soy muy proclive a la fórmula de nostalgia y comedia sutil. Mejor si se mezclan personajes
europeos y norteamericanos.
Menos cinematográficas, pero con la misma reverberación suenan las voces en mi cabeza. Más que contarme cosas, o llenarme de prejuicios, últimamente están dedicadas a preguntar y a cuestionar.
Mi voz, sin embargo, la uso a veces para hablar contigo. Gestionamos practicidades, pedimos favores y nos damos las gracias por hacernos la situación menos compleja. Me alegró que me hablaras sobre tu promoción. Me sacó una sonrisa ver que estás bien a pesar de todo. Me intranquiliza sin embargo, ya que estamos en la onda de las últimas veces, saber que algún día acabarán las conversaciones prácticas y que podremos estar hablando sin saber que no lo volveremos a hacer.